InCOLOMBIA, DIARIO DE VIAJE

CALI, una boda. SAN CIPRIANO, una motobrujita.

San Cipriano, Cali, Colombia

Estábamos en México y nos llega la invitación a una boda en Cali. Era de unos amigos que habíamos conocido en nuestro paso por Colombia. No habíamos llegado ni a Cali ni a San Cipriano en nuestro paso con la kombi por el último país de Sudamérica. Así que era la oportunidad… Además ¿Cómo sería un matrimonio en Colombia?

Es parte del viaje conocer tradiciones de otros países, así que ni dudamos en asistir. La gente colombiana ya nos había cautivado la primera vez. Y lo volvió a hacer, aún sin la kombi. Definitivamente un pueblo al que volveremos cada vez que tengamos oportunidad.

Este viaje por Cali lo dividimos en 2. Los días antes del casamiento y después.

Antes de la boda:

Llegamos 4 días antes del casorio y nos quedamos 6 más para conocer Cali y alrededores, que nos había quedado pendiente.

Apenas aterrizamos nos encontramos con los futuros casados en la ciudad de Cali. Obvio que no teníamos ni un vestido de gala, pero se encargaron de prestarnos todo. Zapato taco alto de la novia, justo de mi talla, que fueron reemplazados por ojotas apenas empezó el baile (fue misión imposible bailar en zancos toda la noche después de años de usar solo zapatillas). Para Lucho un traje alquilado, que le hizo transpirar la gota gorda, porque el talle era un número menos.

En esos días recorrimos el barrio San Antonio y sus coloridos murales, caminamos por el Boulevard de la Avenida Colombia (conocido como Boulevard del Río Cali), conocimos el famoso Gato del Río y sus “novias”, y fuimos a una clase de salsa gratuita en la Plazoleta Jairo Varela. No pegamos un paso, definitivamente la gente de cada país intenta enseñarnos sus bailes típicos, pero son ellos quienes se llevan la medalla de oro. Cada uno con lo que lleva en la sangre (los brasileros la samba, nosotros el cuarteto y los caleños la salsa).

Gato del Río, monumento emblemático de la ciudad, donado por el escultor Hernando Tejada. Ubicado sobre el Boulevard del Río Cali.

“Las novias del Gato”. Son 15 esculturas de diferentes artistas, todas con la misma base pero diferentes diseños. Cada una quiere “conquistar” al gato del río. ¿Quién lo logrará? Una iniciativa para promover el espacio.
Plazoleta Jairo Varela (músico compositor de salsa). Hay clases de salsa, cineforo, charlas, tertulias. Un espacio de encuentro!

Después de la boda:

Antes de la boda, nos quedamos todos juntos con los futuros esposos, familiares y amigos. Pero después de la boda, para seguir recorriendo Cali y poder ir a San Cipriano, salimos en busca de un hostel para intercambiar cama por trabajo. Conseguimos en Casa Blanca Hostel, donde hacíamos turnos en la recepción, a cambio del alojamiento.

Subimos al “Cerro las Tres Cruces”, desde donde tuvimos una hermosa panorámica de la ciudad y diferenciamos la torre de Cali, la más alta. Hay varias entradas para subir el cerro. Tomamos la más larga (alrededor de 4kms), pero la que nos quedaba más cerca del hostel donde estábamos: la ruta de “La Tripleta”. Es la que tiene menos flujo de personas. No está muy marcada, pero hay puestos de policías o casas de familia donde puedes preguntar.

Panorámica de Cali desde el Cerro las 3 cruces. El único edificio que sobresale en el medio, es la Torre de Cali, la más alta de la ciudad.

“Reserva Natural SAN CIPRIANO”

Cuando buscamos qué hacer en Cali y alrededores lo primero que apareció fue San Cipriano, una Reserva Natural, ubicada en un pueblito de la selva litoral del pacífico, a 30 kms. de Buenaventura y 110 de Cali.

San Cipriano es una pequeña comunidad afrocolombiana que alberga una exuberante naturaleza caracterizada por senderos, cascadas y un río claro.

Salimos desde Cali y tomamos 2 transportes para llegar. Primero un bus desde la Terminal Intermunicipal de Cali (Corredor del Pacífico) en dirección a Buenaventura por $25.000 cada uno. Le pedimos al chofer que nos baje 5 kms antes de llegar, en un pueblito remoto llamado Córdoba, para tomarnos el segundo transporte. Una “Motobrujita”. No es más que una moto ensartada en una madera sobre rieles, deslizándose en unas antiguas vías de tren. En tiempos pasados, se reducía a unas tablas con rueditas impulsadas con un palo, nos cuenta el chofer de nuestra “brujita”, ya un poco más modernizada.

La famosa “Motobrujita”, una aventura sobre rieles!! Agarrate catalina!!

En 20 minutos recorrimos los 3 kilómetros que separan Córdoba de San Cipriano, por vías de tren.

¿Qué pasa si viene una brujita en sentido contrario? Uno de los choferes se baja, le pide a los pasajeros que lo ayuden, corren la estructura a un lado, pasa la otra brujita, y vuelven a encastrar el tablón sobre los rieles.

Compramos los tickets ahí mismo, a un costado de la ruta, por $12.000 ida y vuelta. Cruzamos el puente para llegar a las vías del tren, y nos subimos a la motobrujita (salen a medida que se llenan hasta las 17 hs). Para nuestra sorpresa agarró bastante velocidad y de haber tenido que frenar, hubiéramos ido a parar al diablo! Pero no sucedió. Solo chocamos contra unos cuantos bichos del tamaño de un puño, bichos de selva digamos.

Puente que separa la ruta de las vías del tren desde donde salen la motobrujitas para San Cipriano, a 3 kms. de distancia.

*Aclaración: seguridad de las brujitas. Depende pura y exclusivamente de vos. Debés estar alerta a cualquier sonido, pitido (puede ser de otra brujita que viene en sentido contrario) y sujetarte bien fuerte!!

Al llegar a San Cipriano, nos interceptó un hombre ofreciéndonos casa y comida en lo de su tía. En el pueblo no hay muchas ofertas, y todo es más caro que en la ciudad. Nos lo habían comentado, y por si acaso llevamos comida y todo lo necesario para pasar 2 días, 1 noche (es decir, vivimos a sándwich, galletas y mates). Pagamos $30.000 (usd 10) por un cuarto con un baño separado por un nylon que se pegaba en las rodillas cada vez que te sentabas en el inodoro. Pero el alojamiento estaba en la avenida principal, a pocas cuadras de la entrada a la reserva, y la tía del hombre alto, moreno y de dientes blancos, nos daba el agua caliente para el mate cada mañana.

Caseríos al costado del camino. Paramos una vez en el medio del camino: el chofer tenía que dar un recado a una vecina parece.

Al llegar cayó un diluvio que no pudimos hacer mucho. Como nos dijeron que el clima era así todos los días, llueve y sale el sol, decidimos ir a la reserva igual. Pagamos los $2.000 de colaboración por persona que te piden (lo pagas una sola vez, y podés entrar todos los días que estés en San Cipriano) y entramos. Caminamos unos metros y ya estábamos completamente empapados así que decidimos dejar la odisea para el día siguiente. Optamos por un plan B: tomar mates en la terraza de la casa y observar la tempestad que se avecinaba. Se sumó a la ronda el sobrino de la dueña de la casa, ese hombre flaco y alto de dientes extremadamente blancos, quien nos contaba su vida en la selva.

-Agarramos las serpientes cuando aparecen en lugares que representa un peligro para nosotros, pero no las matamos, es su hábitat.

-¿Alguna vez te mordió alguna?

-Ufff un montón de veces! Pero una casi me muero. No por la mordedura sino porque me asfixiaba. En el medio de la selva una boa constrictora empieza a enroscarme y me deja sin aire. Me salvó mi compañero, al que no le quedó más remedio que clavarle un cuchillo y matarla, nos cuenta.

En aquel entonces, el hombre se encontraba enfermo, débil, con diarrea, vómitos desde hacía semanas. Su abuela lo estaba curando con plantas del lugar. Mata Ratón fue la única planta que él identificó. No sabía qué tenía. No tuvo un diagnóstico médico ni análisis ni nada. Solo su abuela con los yuyos. Nuestro diagnóstico supuesto fue Dengue.

Al día siguiente nos adentramos en la reserva y caminamos durante 2 horas hasta llegar a un cartel de “prohibido continuar sin autorización“. Bajamos y disfrutamos del río para nosotros solos. A la vuelta entramos en cada desvío y nos topamos con cascadas, charcos, senderos y un río tan cristalino y verde que espejaba la selva.

En el pueblo ofrecen flotadores para descender por el río navegando con ellos. En 45 minutos recorres todo el Río San Cipriano. Preferimos quedarnos a disfrutar las aguas calmas y cristalinas, caminar por todos los senderos secretos, pero Lucho se hizo el guardavida por un rato: una mujer que no sabía nadar, se había estancado en su flotador y no se animaba a bajar del gomón, empujarlo y seguir. Así que hasta fue una tarde de Baywatch.

Volvimos caminando hasta el pueblo, empapados por las lluvias que aparecen y desaparecen, tomamos la motobrujita (paciencia porque hay que esperar que te vengan a buscar, no hay mucha comunicación) e hicimos dedo de regreso a Cali.

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