Nos casamos hace 6 meses y la pandemia nos mandó a encerrar, así que tomarnos unos días como luna de miel fue difícil. Si bien no cumplimos lo que se “debe” hacer en un matrimonio y ni anillos nos compramos, mucho menos un vestido de novia blanco, largo hasta los pies, queríamos pasar unos días celebrando. Así que apenas las autoridades soltaron la rienda, enviamos un mensaje al Salvia Glamping, que ya nos tenía enamorados por fotos, para hacer algún tipo de intercambio. Y a los días nos escapamos del cemento de la capital de Colombia, a un Glamping en el medio de la naturaleza.
“No mamá, no tenemos que llevar carpa ni bolsa de dormir”, fue mi respuesta cuando le conté dónde nos íbamos. Armamos la mochila y viajamos en bus de Bogotá a San Francisco, a unos 55 kilómetros alejados del bullicio. Nos bajamos antes de tiempo por ansiosos, caminamos bajo la lluvia hasta el desvío de Aguas Calientes, tal como la dueña del Glamping nos había indicado, y otra media hora montaña arriba. Pero la realidad es que, si no fuéramos viajeros de bajo presupuesto, el recorrido podría ser distinto: llegar directo al pueblo de San Francisco y tomarse un taxi.
Tras pasar todos los protocolos de bioseguridad (exigidos en estos momentos del 2020) que mataría cualquier virus que interrumpiera esta victoria adquirida, entramos a un cuarto redondo formado por triángulos, más parecido a una casa de esquimal que a una habitación de occidente. Al unísono gritamos -“Un cuarto de revista todito para nosotros”-, con una cama King Size y colchas donde soñar despiertos.


Vimos una botella de vino rosado abierta, con dos copas: ¿será que está incluida? Pensamos un buen rato antes de tomar un sorbo, aunque la lógica nos hizo entender que sí, pues después de todo ya estaba destapada ¿no? Sentados en el borde de la cama, con la vista perdida en las montañas, chocamos las dos copas, nos dijimos “ésta será nuestra luna de miel” y sacamos los sándwiches de jamón y queso ordinario, escondido dentro del bolso, como para no olvidar nuestros orígenes viajeros, y seguimos degustando el vino.
Los “¡Buenos días!” llegaban cada mañana con un mensaje, seguido por la pregunta “¿Qué desean desayunar?”, y por la noche el menú se desplegaba. – “Tenemos pasta con salsa de camarones o filet mignon”.- ¿Qué será un filet mignon?, nos preguntamos. Para no pasar como ignorantes hicimos una búsqueda rápida con el señor google y nos saltó un pedazo de carne ¡Listo! -“Uno de cada uno, por favor”-, sin querer perdernos ningún sabor en el paladar. Agregaron un bowl transparente con bolas blancas y dos pinchos, mientras encendían un fueguito a nuestro lado. Esas bolas blancas resultaron ser malvaviscos, con las que nos embriagamos de tanto dulce y romanticismo. Casi nos da una indigestión entre tanta lujuria alimenticia a la que poco estamos acostumbrados. De película y sin ningún lugar a la imperfección.


Al caer la noche, entramos a ese domo forrado con lona blanca adornado con un camino de luces cálidas, al mejor estilo Pinterest, y dormimos mirando las estrellas. Para no perder ese romanticismo de Hollywood, en el amanecer practicamos Yoga, antes de un copioso desayuno con pan casero, huevos y fruta “¿Café, chocolate o tinto?” decía el menú. Le pifiamos y dijimos café pensando en el líquido negro al que ellos llaman tinto, y café, al instantáneo con leche. Daba igual, después de tantos desayunos solo con mate y fruta, éste era el de los dioses.
Nos relajamos en hamaca, recorrimos senderos, recolectamos aguacates, naranjas y limones de la finca, nos bañamos con agua calentita y amenities del Glamping; los cuales creemos haber confundido. El shampoo con el acondicionador, y el acondicionador con el jabón líquido, pero, al fin y al cabo, olíamos a 5 estrellas.
Nos volvimos a reunir en el espacio de cañas de bamboo, con enredaderas verdes y focos redondos para la segunda cena. Esta vez compartiendo un momento alrededor del fuego y un asado al estilo colombiano, con aguacates que caían de los árboles lanzados como misiles y sabían a crema de leche.


Sin preocuparnos por el precio, sabíamos que esta buena racha tenía fecha de caducidad, así que nos limitamos a saborear y brindar por los hechizos de la vida de viaje. Al llegar a la otra realidad, el despliegue del menú se convirtió en un pan con huevo, y la atención personalizada a un auto cuidado.
Pero la vida del viajero resulta así, llena de sorpresas, a veces con glamour en un Glamping, acampando sin abandonar el confort, y otras veces renunciando a todo para seguir viaje. Pero creemos que ninguna es mejor que otra, por eso no podríamos elegir, sino más bien elegimos poder amoldarnos como el barro, cambiando la forma de ver las cosas, y buscando nuevas experiencias que jamás se repetirán.
Hasta aquí nuestra experiencia, pero les queremos contar un poco más acerca de esta modalidad hotelera.
¿Qué es un Glamping?
Ya la palabra te lo dice todo: es una fusión de camping + glamur. Una opción para vivir una experiencia acampando al aire libre, pero con el confort de hoteles de lujo.
¿Y el baño?
En el Salvia Glamping el baño es privado y está al lado de la carpa, bien pegadito.
¿Y la cocina?
Dentro de la carpa tienes una pava eléctrica, café, té, azúcar y agua durante todo el día. El desayuno está incluido y puedes pedir el almuerzo o la cena. O irte preparado con tus sándwiches, o bajar al pueblo que queda a unos 3 kilómetros.
¿Y la luz?
Cada tienda tiene enchufes por doquier (los encuentras en el piso) para que puedas cargar tus celulares o trabajar desde la cama. Y tienen lámparas para que de noche no te quedes sin luz.
¿Cómo llegar al Salvia Glamping?
Desde Bogotá tomar un bus en la Terminal Salitre. Nosotros agarramos Expreso Santa Fé por $14.000 (aproximadamente USD 3,5) con dirección a San Francisco o Supatá. Tienes dos opciones: o bajas en el pueblo y tomas un taxi, o en la carretera, vía a Aguas Caliente (en el punto hay un cartel), y caminas unos 30 minutos. Si andas en carro, ¡mucho más fácil! Tomas un camino de tierra de unos kilómetros y al llegar, cuentas con toda una finca como parqueadero.
¿Cómo conseguimos el intercambio en el Glamping?
Enviamos un mensaje directo por Instagram, presentándonos y preguntando si les interesaría intercambiar nuestros trabajos por algún día de alojamiento. La lista de los trabajos que ofrecíamos era como un buffet. Murales, carteles, redes sociales, divulgación, marketing digital, artículo en la web y clases de yoga, aunque siempre abiertos a escuchar propuestas.