Hemos contado nuestra historia de amor incontables veces y todo parece un cuento de Disney. La verdad es que me encanta relatarla como si sintiera una bendición por encontrar el amor, pero claro está que en esa breve narración nos salteamos gran parte y queda decorada como si no atravesáramos nunca ninguna crisis, cosa que no es así.
Bueno, para quien no la conoce acá va un breve resumen (y si se la saben de memoria pueden saltarla):
Tanto Lucho como yo (Belu) somos de un mismo pueblo de 7.000 habitantes en el que todos nos conocemos con todos y generalmente terminamos enroscados con gente de por ahí. No es raro que en alguna rama del árbol genealógico se crucen los genes, así que no estamos seguros si no somos algo de primos, porque nuestros abuelos lo eran. Lucho vivía en el campo e hizo la primaria en una escuela rural, pero para continuar la secundaria tuvo que mudarse al pueblo. “¿Y ese quién es?”, preguntábamos todos. Claro, si nos conocemos todos y un día llega alguna cara nueva se lleva toda la atención. Parado con su peinado a dos aguas, al mejor estilo “calculín”, y con su timidez que no lo dejaba articular ni una palabra, empezamos a transitar la secundaria juntos, a los 12 años, aunque ya nos habíamos cruzado en cumpleaños de primos en común (ven que les digo que terminamos siendo familia en alguna parte).
Fuimos súper amigos, probamos nuestro primer cigarrillo juntos a escondidas detrás de un auto en un cumpleaños de 15, compartimos asados, fernet, vino, recitales, banco en el aula y tareas grupales (yo la nerd y él el vago que no hacía nada), pero no fue hasta ya casi terminando la Universidad que la amistad se fue arrimando y confundiendo, y una noche tras varias cervezas de más, me dio un beso en los dientes. Sí, como lo leyeron, no sé si se confundió el cachete o hacía mucho tiempo que no besaba, la cuestión es que me reí y me dejó pensando ¿qué fue eso?
Estuvimos 7 años de novios y me propuso casarnos después de 2 años de estar viajando en una Kombi. Mi sorpresa fue tan grande que otra vez me largué a reír y no le dije que sí ni que no, en realidad no le dije nada. A la semana nos casamos, sin anillos, ni iglesia, ni luna de miel, con ropa que desempolvamos del placard y una fiesta a la “canasta”, al aire libre y con una fogata que duró toda la noche, con mate y torta, sándwiches y una caretilla donde circulaba la bebida que cada uno había llevado.
Terminamos de contar el relato y ahhhhh qué lindos son. Bien de película con final feliz. Pero ¿qué pasa después? Y ahí les quiero contar aquello que no te cuentan en las películas de Hollywood.
Desilusionaré a muchos con este post, pero quiero ser honesta: no siempre es fácil viajar en pareja, aunque lo elijo y prefiero viajar con él que sola, porque me ayuda a ser más valiente y a no tener tanto miedo (y bueno, muchas otras cosas, pero no enumeraré todas ahora, tal vez sea un tema para otro post). Pero por más que exista amor, un proyecto y una meta en común, todo puede cambiar en algún momento del viaje, por ejemplo, que uno quiera dejar de viajar y el otro seguir, que uno quiera ir a un lugar y el otro no.
En nuestro caso hay muchas cosas que no compartimos, y les tiro ejemplos: Lucho casi no practica Yoga, ni conoce a viajeros por las redes (de hecho, es cero celulares), sino que prefiere conocerlos personalmente en el camino, no le gusta ver mapas ni qué hay para hacer en el lugar, a veces no le interesa verlo toooodo y prefiere quedarse en la Kombi, ni tampoco tiene ningún interés en financiar el viaje con el viaje mismo (buscar seguidores para conseguir cosas, o dictar talleres de financiamiento de viajes, por mencionar algún ejemplo) sino con su arte.
Pero entonces ¿Le gusta viajar? Sí, pero de otra forma, sin planear nada para sorprenderse con lo que el viaje tiene, y tuve que aceptarlo si quería continuar viajando en pareja. A veces hago como si viajara sola, saco una guía, veo qué hay para hacer en un lugar, agarro la mochila y salgo mientras él se queda dibujando. No se dan una idea lo enojada que me ponía al principio.
Acumulando varios kilómetros, varias crisis y varias renovaciones necesarias en la pareja, queremos contarles qué nos sirvió a nosotros para seguir en la ruta y de a dos (tengan en cuenta que convivimos 24/7 y vivimos viajando, que no es lo mismo que viajar y volver a un sitio fijo). Aunque ¡ojo! este post no es una receta de nada, ni mucho menos de cómo manejar una relación, sino simplemente contar un poco nuestra experiencia, y cómo el cambio y las renovaciones fueron inevitable en el camino, porque entendimos que las cosas están en constante movimiento, y el amor no se salva, y la verdad que pedirle al otro “no cambies nunca” es ir en contra de la naturaleza y de la propia evolución.
Aquí lo que creemos necesario para que ese lado oscuro del amor se ilumine:
1) Salir de la rutina y renovarnos
A pesar que parece absurdo decir que es necesario salir de la rutina en esta vida improvisada, les confieso que sí tenemos cotidianidades que pueden resultar igual de mortales que en una vida “normal”, y eso repercute inmediatamente en la pareja.
La “rutina” de viajar con bajo presupuesto a veces desgasta, pues después de pasar horas en un mecánico, o estar vendiendo, o cuando no sale nada de lo planeado, lo único que queremos es bañarnos y dormir. Pero hay que seguir tomando decisiones, exponiéndonos a nuevas situaciones, y buscar un lugar para la ducha, o dónde dormir de forma segura (y gratis) y encima ir al mercado y buscar los precios más bajos cuando la cabeza ya no da para más. Y si esto se repite con los días, vienen las peleas y nos damos cuenta de que es momento para hacer algo por nosotros.
Cuando nos sucede buscamos nuevas formas de viajar, a veces nos bajamos de la Kombi, buscamos algún lugar con más personas para compartir, o un voluntariado que nos motive, gastamos un poco más de lo normal y vamos a un bar, pero no nos importa porque sabemos que, si estamos bien, la vida de viaje que queremos, continúa, de lo contrario todo se viene a pique.


2) El lujo de la privacidad y las sorpresas para avivar el amor
La verdad es que a veces me siento media reina a veces medio pordiosera porque no siempre se puede estar con ropa elegante y al cuerpo, esa que tenés que cuidar que no se te manche y que resulta tan incómoda que no te podés ni mover. Estar arreglado/a, ponerse lindo/a para una cena romántica, dar sorpresas, incluso hacer el amor se torna complicado cuando vives en viaje. Aun así, lo vemos necesario. Pero ¿cómo dar sorpresas si estás 24/7 con la otra persona? Y ¿cómo encontrar momentos a solas si estás rodeado de vecinos?


El tema de las sorpresas lo solucionamos con cosas muy simples, una cartita, un chocolatín, algo que el otro desea, por eso prestar atención a lo que el otro dice, mostrar interés y recordar datos nos parece clave. Y apelamos a toda nuestra creatividad. Como ejemplo pongo un día en que tenía tanto frío que Lucho pensó cómo solucionarlo y me dijo que le avise media hora antes de ir a dormir. Cuando me acosté encontré una botella de plástico calentando la cama y esa noche con la cama calentita, terminamos con las piernas entrelazadas. A mí, particularmente, con ese gesto casi se me pianta un lagrimón.
Y bueno, la privacidad es un lujo que no se puede desaprovechar cuando se encuentra. Hay que buscar y encontrarla, algo un poco más complicado cuando se viaja con poco dinero, porque no da para pagar una habitación privada, y como dormimos en la calle estamos rodeados de vecinos. Es lo más lindo del viaje compartir con las personas, pero si le restamos importancia a los momentos privados de pareja, empezamos a flaquear, así que cerramos las puertas de la kombi, prendemos una vela, ponemos música, aromatizamos el ambiente y nos regalamos una noche de spa.
3) No esperes que el otro adivine
Creer que quien está a nuestro lado tiene la obligación de conocer la importancia que cada cosa tiene para nosotros, de adivinar lo que pasa por nuestra cabeza, es un poco ponerse en el ombligo del mundo ¿no creen? Si deseamos ir a un restaurante, por ejemplo, invitar al otro, si ese es nuestro deseo, o ir sola, es una solución en lugar de que el otro intuya mágicamente lo que queremos.
Así que sacar con la voz lo que deseo, decir “estoy cansada”, “quiero parar y tomar mates”, “quiero estar sola y escribir”, “quiero ver el atardecer con vos”, “quiero que comamos tal cosa”, me ha dado mejores resultados que esperar que suceda por arte de magia.
4) Cada uno por su lado
Al empezar el viaje, trabajábamos juntos porque creíamos que la única manera de sustentarnos era hacer alguna manualidad y vender. Y la verdad teníamos bastantes más discusiones que ahora, porque en mi caso no tenía paciencia para hacer pulseritas y a Lucho no le gustaba vender. Ambos nos enojábamos y recriminábamos al otro por aquello que no hacía.
Hasta que nos dijimos “cada cual empiece a hacer las cosas que le guste”, y las que no nos gustan tanto, las repartimos. Fuimos consensuando nuevos pactos en la relación a medida que fuimos cambiando individualmente, obvio que no fue de un día para el otro y todo paz y amor. Hubo enojos, silencios, algún que otro portazo (pobre Banquita) pero salimos ilesos, y siempre fue para mejor negociar ciertas cosas.
Lucho empezó con los murales y yo con la escritura, y la verdad es que me había olvidado un poco lo importante que es estar solos. Compartimos tanto y nos sentimos tan a gusto de estar juntos que pareciera que somos uno y todo es más simple. Pero cuando empecé a conectar con mi propósito personal, el viaje tuvo otro sentido y empecé a tener más confianza en mí.
Hay una frase de sor Juana Inés de la Cruz muy cierta, que me parece que viene al pelo para simbolizar el equilibrio necesario: “El amor es como la sal. Dañan su falta y su sobra.”
Cada pareja y cada viaje es un mundo. Seguimos aceitando los pormenores a través del diálogo y creemos que son fundamentales dos cosas, o mejor tres: amor por uno mismo, por el otro y por lo que se hace. Si sigue habiendo amor en todo eso, el resto tiene solución.


Si creés que ayudará a otros, compartilo!! Y si quieres ver cómo sigue la relación día a día puedes seguirnos por Instagram o Facebook.