Caímos al estado de Oaxaca en Julio, mes de la Guelaguetza. Habíamos escuchado hablar algo de esta fiesta, pero no sabíamos de qué se trataba. Es una celebración masiva, donde se reúnen las 8 regiones del estado Oaxaqueño (se pronuncia guajaqueño) a compartir sus danzas, sus comidas y todo el folclore. Son 2 lunes de Julio en el año, aunque se extiende al mes entero, y también al mes vecino de agosto. Hay actividades, eventos y una multitud que satura la ciudad. Venden entradas a precios irrisorios, pero la fiesta más importante sucede en la calle.
Pasamos primero por Santiago de Tule, vimos el árbol de 2000 años con el tronco más ancho del mundo, y como tiene la mala suerte de ser un ícono turístico, lo encerraron entre rejas el pobre, pero lo conocimos desde afuera. Me colé en la explicación de un guía, quien dijo que se necesitan alrededor de 30 personas para abrazar los 14 mts. de diámetro, y que da sombra a 500.
Dimos una vuelta por el pueblo y encontramos muchas casas de Mezcal. Aprovechamos a probar esta bebida fuertísima que tumba a cualquiera, y le siguieron los licores: de nuez, de mango, de dulce de leche, bastante más fácil de beber. A la salida nos preguntan: ¿Quieren probar la sal de gusano? Pensé, “soy vegetariana”. ¿Pero cometería el mismo pecado que si como un pedazo de vaca entero? No creo. Un poquito no afectaría mi salud, me consolé. La verdad es que sabía a sal y punto.
Entramos al mercado gastronómico de Tule. Comimos memelas, tortilla de maíz, con frijol y quesillo, y probamos la famosa michelada. Una cerveza, mezclada con salsa de tomate, de soja y condimentos. Al vaso le hacen una corona roja y picante (así te queda la trucha después). Y el estómago entre tanto condimento y cosa desconocida empieza agitarse y dar unos saltos descomunales. Ojo, no a cualquiera, quien está acostumbrado a comer con mucha sazón esto no es un problema. Pero nuestros platos no llevan más que sal y aceite, para muchos una pobreza gastronómica total.


De postre fuimos en busca de una “Nieve”, un vaso con hielo picadito y diferentes sabores. A la mujer que lo vendía le pedimos degustar aquellos sabores más extraños: mezcal, beso oaxaqueño (con ralladura de zanahoria), leche quemada. No nos gustó ni uno. No somos amantes de los helados y paletas, pero le pedimos uno de mango porque nos daba vergüenza irnos con las manos vacías después de tanto saboreo.
Ese mismo día partimos rumbo a la ciudad de Oaxaca, a 10 kilómetros de Tule, y nos metimos al centro porque tenía una cita. Entre todos los eventos de la “Guetza”, la fiesta, daban entradas gratis para diferentes funciones del teatro de la ciudad. Me puse ropa limpia, me perfumé aún sin bañarme (con tanta gente en la calle, usar nuestra ducha externa en lugares públicos es imposible) y partí. A Lucho le encanta quedarse solo en casa, así que felices dividimos las aguas.
Conseguí un lugar en el palco, gracias al señor que conocí en la fila, que al parecer iba con frecuencia al teatro y apenas abrieron las puertas corrió a buscar esos lugares preferenciales. Así que ahí estaba, en un solemne lugar, viendo una obra de danza contemporánea bajo mis trapos remendados por el uso del camino. La obra representaba la vida de María Sabina, una mujer del estado de Oaxaca, que supo curar con hongos alucinógenos. Terminó con el público de pie, aplaudiendo a la veintena de artistas y pidiendo “otra” a la banda sonora. La música del “Sandunga” empezó a sonar, un baile muy característico, mientras todos danzaban en el teatro Macedonio Alcalá.


Al día siguiente la fiesta continuaba y partí a la “Feria del Tejate y del Tamal”, donde el folclore y la comida continuaban siendo el centro de la escena. No se puede hablar de la gastronomía de México sin hablar del maíz. Es la base de su dieta. Por todos los estados que pasamos, probamos cada plato típico y el maíz ahí estaba: salbutes, panuchos, elotes y esquites, quesadillas, tacos, tlayudas. Ahora era el turno del tamal y del tejate. Éste último es una bebida, a base de maíz, hueso de mamey y rosita de cacao.


Para hacer el tejate, se muelen todos los ingredientes en una olla de barro y se sirve en tazones. En la superficie de la olla se forma una capa granulada, como de harina, y dicen que mientras más densa, mejor. Con este líquido se preparan flanes, tortas, budines. Probé un muffin de tejate, y arriba tenía una flor (rosita de cacao). Mi duda existencial era si la flor era de adorno o para comer. Me comí un pétalo blanco, que no sabía tan mal, así que embuché la planta entera.


Dieron anuncio al grupo de danzas folclóricas y fui directo a encontrar un hueco frente al escenario. Me senté en el piso con otros niños y escuché al presentador decir que estaba circulando mezcal para todos gracias al apoyo del ayuntamiento. Cuando lo vi, era un bidón de plástico transparente de 5lts. Lo probé, pero el sabor era bien distinto al que nos habían dado en la casa de mezcal, con gusto ahumado y un color amarillento. Este era alcohol etílico puro. Me hizo arrugar la cara como una campeona, así que lo terminé intercambiando por una planta que me tomé en infusión unos días después.


Las “Chinas Oaxaqueñas” abrieron el escenario, con alegría y color. Un baile solo de mujeres, que portaban una canasta en la cabeza. Por regiones se presentaba el baile típico, algunos con refranes bastantes subidos de tonos, y entre cada danza tiraban al público productos regionales del lugar representado. Los de la costa tiraban mangos y cocos (bueno, los cocos lo entregaban en la mano), los de la sierra norte manzanas y peras, otros sombreros de palma, etc. Cacé al vuelo una cuchara de madera y no sé qué interpretación darle. ¿Tendré que cocinarle más a mi zoilo? ¿O será para que cuide mi olla de teflón?
Algunos bailes me llamaron muchísimo la atención porque la actuación era real. Como el baile del palomo y la paloma, que representa el cortejo y la fertilidad entre el hombre y la mujer, pero al final el palomo terminó comiéndose el huevo crudo que puso la paloma! O el baile del toro, donde la mujer intentaba enlazar al hombre con su pashmina, hasta que lo hizo y éste terminó en el suelo de un golpe seco. Y vean qué porrazo!!
Antes de irme de la fiesta, me comí un tamal tan picante que pude respirar mejor al terminarlo.
Oaxaca en la Guelaguetza nos entró por el estómago literalmente. En pocos días saboreamos platos y bebidas típicas al son de la Guelaguetza, una fiesta que los oaxaqueños esperan todo el año! Y nosotros pasamos por ahí “sin querer queriendo”.

